Señor González:
Luego de leer su nota Santo Tomás: teoría del hospital, me pareció pertinente escribirle
y manifestar mi reacción en calidad de panameña, nacida en el hospital que lo
acogió, y residente en su hermoso país durante tres años de mi vida. Lo primero
que anoto es la extraña impresión que sus palabras dejaron en mi conciencia,
pues no se llega a comprender inmediatamente la intencionalidad del escritor.
Algo de su léxico pudo ser encontrado en el diccionario de la RAE, otro tanto,
no.
Pero más allá de este hecho, lo que sí denota
du léxico desde un principio es esa falta de sincronicidad existente entre su
construcción de la realidad y la mía. Es normal, dirán muchos, por la diferencia
geográfica entre los interlocutores, pero ni siquiera mi experiencia argentina
me valió para aterrizar en los puntos motivacionales de su escrito. A falta de
esta empatía conceptual decidí entonces enfriar un poco mi lectura y tomar las
figuras que usted describe de la manera más desapasionada posible.
Lo que
sí saltó a mi espíritu, y que hasta ahora me resulta impactante, es su
manifiesta extrañeza y tratamiento antropológico de principios de siglo (que no
llega ni al plano etnológico) de nuestras características fenotípicas, o para
ser más específicos, de los panameños “hijos de la negritud” con los que usted
se topó en el hospital Santo Tomás. Y más sacudida quedé cuando de alguna
manera usted intenta establecer lazos, no comunes para usted, entre los
orígenes étnicos de quienes lo atendieron y su estatus de profesionales de la
salud. Para ser directa y no caer otra vez en la página de la RAE: Hay que
explicarle a los argentinos que lo leen en Página 12 que un negro puede ser
médico o enfermero y aun así salir vivo de una crisis de ACV. Puedo equivocarme
al interpretarlo y quisiera que así fuera, pero permítame decirle que a eso
retumban sus palabras en la conciencia de una panameña que, adivine, es
mestiza-negra-mulata, así como las que vio en el Hospital Santo Tomás gimiendo
y retorciéndose de dolor casi en metáfora animalesca (No sé en qué sala de
hospital de qué extraño país esperaba una fiesta) y sí, tengo la capacidad de
leer Página 12 y hasta de escribir una carta abierta. Pero antes de cualquiera
indignación, una pregunta saltó inmediatamente a mi espíritu: “Y entonces, los
panameños que conoció durante el Congreso de la Lengua… ¿Qué aspecto tenían que
tanto se sorprendió de los ‘especímenes’ del Santo Tomás?”
Eso me hizo reflexionar sobre muchos de los
aspectos que me hicieron rechazar desde un principio mi participación a dicho
congreso, pese que en él había ponencias dignas de ser escuchadas, tanto de
extranjeros como de nacionales serios y comprometidos con el enriquecimiento de
esta lengua que nos une. La pura y dura razón no tenía nada que ver con usted
(hasta hoy) y es mi abierto rechazo hacia todo lo que tenga que ver con el
homenaje de Estado que el Gobierno de Panamá hace a un delincuente español al
que se le atribuyó el ‘descubrimiento’ del Mar del Sur. Ese tema es extenso y
no me fijaré en él en esta carta, pero sí lo traigo a colación porque su
actitud segregacionista y clasista frente a un país que demuestra no conocer
para nada me dice, con creces, que lo que se discutió y lo que se compartió en
tan sonado encuentro no tuvo resonancia con la realidad diglósica y pluralista
de mi país, logrando que, como suele pasar, sólo se recreen mundos culturales
que sólo habitan en la mente de una élite dícese ‘blanca’ que nunca ha
congeniado con los hablantes de esta lengua que tanto nos une y nos separa a la
vez.
Es una auténtica pena que su estadía en Panamá,
y la oportunidad de haber sido atendido en nuestro glorioso Hospital Santo
Tomás, no le haya sido suficiente para reconocer en el panameño que sufre a un
hermano más de nuestros pueblos y no a un ejemplar típico de una
portada de la National Geographic. Me da pena (por usted, no por mis amigas y
amigos argentinos que son muchos) que el
espíritu de un Director de la Biblioteca Nacional de la República Argentina no
haya desarrollado otros matices de su cristalino mental para preguntarse por
otras curiosidades a raíz de su paso por el Santo Tomás. Más allá de lo
folklórico que pueda sonar nuestro hablar o actitud ante sus limitados oídos,
preguntarse por los orígenes de esas balas sobre los cuerpos de esos ‘negritos’,
dónde viven, cómo viven, qué comen, qué leen (sí, los negros, mestizos e indios
también leemos) y qué sienten ante la mirada del otro. Es una verdadera pena
que se haya quedado con una gran falacia que usted se atreve no sólo a afirmar
sino también a generalizar:
“Los panameños dicen reiteradamente dos
cosas; que en nuestro continente son el segundo país en “desarrollo humano”
luego de Chile, y que son un “crisol de razas”. Entre nosotros esta expresión
ha sido abandonada por no poder ocultar su aspecto de unidad compulsiva o
forzada de las vetas culturales heterogéneas. Y hasta lo que escucho, los
tecnólogos sociales no han impuesto demasiado en nosotros esa complaciente y
oficinesca categoría de desarrollo humano.”
Yo le pregunto: ¿En qué indicador de los
Censos Nacionales usted leyó estadísticamente semejante aseveración? ¿A quién
consultó para asegurar lo que escribe con tal carácter universal? ¿Qué genio
del Congreso le convenció de esta estupidez masiva de los panameños? ¿Tuvo
usted oportunidad siquiera de recorrer nuestras calles, hablar con algún sector
disidente de la actual administración, con algún campesino, obrero, dirigente
indígena, activista estudiantil?
Y lo que para mí sería todavía más obvio:
¿Logró conocer a alguno de nuestros más caros autores? ¿A los poetas
contemporáneos, cuentistas, novelistas y pensadores?¿Pudo tomarse un café con
Héctor Collado, Salvador Medina o su sobrino Javier, a Consuelo Tomas, a Pedro
Rivera, Marcos Gandásegui, a nuestro teórico-poeta de la etnia guna (kuna)
Aristeides Turpana, a Javier Romero, a Lucy Cristina Chau o a Javier Alvarado
que alzan nuestras voces en los principales festivales de poesía del continente
y de Europa? ¿Pudo compartir, como lo han hecho varios de mis amigos
argentinos, las ideas de Ricaurte Soler en su libro El Positivismo Argentino?
¿Pudo deleitarse con los versos de Carlos Francisco Changmarín o de Diana
Morán? Por lo segregado de su visión hacia nosotros me temo que no.
Quiero transmitir, a través de esta Carta
Abierta, hacia usted y sus lectores en Página 12, que los panameños, al igual
que cualquier nación que se considere digna, somos un colectivo de ciudadanos
que estamos más allá de las definiciones mercantilistas y elitistas de
cualquier sistema que dice representarnos. Quedarse con las versiones de los
que ostentan el poder es muy acomodaticio y propio de una mentalidad limitada
en información y en consciencia. Eso puede suceder, pero que lo manifieste el
director de la Biblioteca Nacional de la República Argentina, un pueblo
glorioso que nos ha aportado valiosísimas lecciones de lucha e integridad popular,
es francamente lamentable.
Yo le extiendo una invitación, señor
González, a que en una ocasión menos glamorosa y propagandística visite Panamá,
pero no para codearse con los de los cocteles y los embajadores. Venga y
conózcanos de adentro, a los que damos todos los días parte de nuestras vidas
por un país más justo y culto, ese país que no sale en las páginas económicas
ni en los informes de mega proyectos. Hágalo, y no por mí ni por las personas
aquí mencionadas, sino por la grandeza del pueblo que usted representa y que
merece, al igual que nosotros, mejores días, los que no serán posibles hasta
que nos veamos, los pueblos latinoamericanos, como semejantes, solidarios los
unos con los otros y unidos contra la ignorancia y la injusticia que gobiernan
nuestros pueblos.
Desde La Chorrera, República de Panamá
Kafda Itcora Vergara
Esturaín
Profesora de lenguas
y de Ciencias del Lenguaje
Universidad de Panamá
1 comentario:
Excelente y puntual respuesta a un "relato" en el cual el racismo es, infortunadamente, una pieza central.
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