sábado, 5 de abril de 2008

El dulce imperio de El Conquistador

A medida que los lapsos tan queridos de mi infancia son pisoteados por una creciente realidad urbana de espacios virilizados con cemento me revuelco con más violencia en la paleta de mi memoria cromática.

No te vayas, payaso de Textiles Mundiales, viejito bonachón de La Infantil, fantasma de Héctor Lavoe dando alaridos desde una radio en Salsipuedes, rastita recógelo-todo del balcón al frente de Lucianito. Tú mismo, Lucianito, sigue haciendo pan aunque dé acidez e impregne el ambiente a levadura vieja.

¡No se vayan! ¡No me dejen sola! Por favor...

Es obvio: tengo miedo. Miedo de finalmente despertar un día y verlo todo en blanco y negro, ponerme antinaturales medias de nylon y tacones para nada lejanos, hacerme el blower aspirador de algo más del treinta por ciento de mis ingresos, claustrarme en un salón de clases y repetirle a unos pobres inocentes: "aprendan inglés o muéranse de hambre".

Algunos rebeldes con causa me ayudan en esta angustiosa faena de Existir. El Conquistador y su cuartelito de doce pies y medio de largo por seis de ancho todavía me hacen sonreir cada vez que atravieso esa parada de los multis de avenida B, cuando mi cuerpo, corcovado por el calor y el hastío, se envasa al vacío en el interior de algún Tumba Muerto o de algún Vía España-calle 12 desde la parada de Lucianito.

El Conquistador se niega a dejar el imperio y me alegro. Todavía está allí, custodiando celosamente su singular caja-mundo disfrazada de puestito rancio para vender helados. ¿Que qué tal son? ¡Lindísimos! De conitos chiquititos, curiositos, de esos que llegan a la boca y... ¡UUAZ! ¡Disparus!. ¡Y todavía cuestan quince centavos! ¡No! No me he fumado nada... ¡En serio! :) :) :)

¿El viejo? ¡Sigue sonriendo! Sí, no claudica el viejo de porra. Si te asomas por su pantalla verás que no miento. Te aturdirá una deslumbrante sonrisa y unos ojos claros de tiempo perdido, pero de tiempo perdido a conciencia, bien adrede, para no ser encontrado ni conquistado. De pronto hasta olvidas para dónde vas. Quizás porque irse de allí ya no tenga mucho sentido.

¿Imaginas a qué saben esos helados? Son el triunfo de los placeres condimentados de recuerdos. Seguirá irguiéndose el cemento, pero sólo el que penetra conquista, y esos helados ya ganaron la batalla, porque cuando el dulce imperio de El Conquistador caiga, todos moriemos un poco, porque morirá la vida.

¿O es que alguno de ustedes enamora invitando a ver edificios de bancos y oficinas?