jueves, 23 de abril de 2009

Barraza en mi recuerdo III

Estoy triste.

Ese caserón de verde corroido llega a mí por el goteo de una memoria húmeda, escurridiza, derramándose por los poros invisibles de mi mente.

Yo otra vez, una 'yo' de manitas tiernas, intento llegar al primer alto de esa casa de madera, que como todas las de El Chorrillo convertían la incertidumbre en aventura. Escucho consecutivos chirridos de tablones enfermos. Su crujido bajo la suela de mis zapatitos blancos amenaza con hacerme caer a un vacío no tan vacío. Pero no tengo miedo. Ante una posible tragedia, la alfombra de hongos y líquenes que crece sin pudor debajo de las escaleras me esperaría dulcemente. ¡Qué alegría!

Con la acogida y la falsa vergüenza de un vientre materno, así recuerdo la humedad de aquel patio interior, limoso verde del verde olivo más olivo, cómo sólo mis manitas pudieron alguna vez tocar. Porque sí: yo toqué ese verde. Tan niña, tan dulce, y sin embargo lo hice. Lo toqué, lo respiré. Era el color de una revolución que no pasó del sueño. ¡Pero cómo pinta ese verde, Jung! Cómo pinta y cómo habla, como un compañerito de juegos que te quiere y a la vez te desafía.

Arriba de esta urbana foresta me espera otra amiga: la fantasía. Hay un hombrecito de cartón bailando en el balcón al ritmo del Nacimiento de Ramiro entre pañales de tela y de ropa íntima. Ahora un rojo sangre me deslumbra, y si es por el vaivén de los imprecisos contornos del colgado, mi memoria lanza frenéticamente al Chapulín Colorado o al Hombre Araña. Ahora la memoria de mi piel me revela la verdad. Es el viento de la playita el culpable de este Van Gogh que tengo por piñata. Pero poco le importa a esta niña. ¡Yo sólo quiero reventar! Ver caer esos caramelos al piso de madera y alegrarlo con matices de colores distintos, de sabores distintos. Porque me gusta el verde, pero desde este balcón no se ve otro color.

Y sin embargo no llegan nuevos sabores a mi boca. De hecho no llega ninguno. Tampoco veo bien los colores de las pastillas. Sólo aparece entre mis manos aquel palo de escoba, el de todos los cumpleaños, eso sí, bien decoradito con papel crespón amarillo. Lo tengo con firmeza hacia arriba y eso hace que todas mis sentidos se centren en la piñata rojo sangre. La quiero tumbar, conquistar y conquistarme, ser la heroina del barrio.

Pero no recuerdo más. Alguien habrá hecho el trabajo por mí., porque hasta hoy no tengo precisamente fama de haber tumbado piñata alguna. Si tan sólo me hubiera quedado con un pedazo de ella para guardar el rojo... Quizás no era el momento de acumular tanta sangre ajena para hacerla mía... quién sabe.

Pero la casa, esa verde casa donde el viento bailaba con nuestras vidas que apenas empezaban... ¿Por qué no está más en Barraza? ¿Será que no la veo?

La primera pregunta me duele. La segunda me espanta.

Estoy triste.



martes, 14 de abril de 2009

La nota de un señor llamado Silencio

Casi a medianoche
entre el silencio deseado por los espíritus
escuché un DO sostenido
como quien tira la rabia de sus dedos al abismo.

Y la cuerda enmudeció mi cordura
enfrió mi cuerpo
pues nadie, siquiera el viento
se había acercado a tocar la guitarra.

(Basado en un hecho de mi vida... ¿real?)