Hace unos
meses tuve el placer de compartir con el Café Filosófico Los Amantes de Sofía
uno de sus espacios para abordar el tema del juego. La invitación fue oportuna,
pues venía de participar de un encuentro en Honduras para conformar la
Asociación Panamericana de Juegos Tradicionales. El tema llamó mucho la
atención, al igual que los juguetes que llevé a manera de ilustración. Trompos
y unos enchutes (balero para los mexicanos) cobraron vida casi sin pedirlo, en
manos de jóvenes que por un momento no les dio miedo sentirse niños. No hubo
que programar nada para que los asistentes quedaran envueltos en un pequeño
universo de alegría y sintonizados en un lenguaje común. El juego, tantas veces
reducido a lo entretenimiento y a lo banal, ocupaba un foro de discusión entre
estudiantes de filosofía de la Universidad de Panamá.
En este
encuentro surgieron muchas ideas y reacciones al explorar el papel del juego en
nuestras sociedades. Pero no dejaba de sorprenderme la manera como la
exposición colectiva a un simple juguete nos hacía compartir pensamientos, más
allá de las palabras, a través de las sensaciones corpóreas, y por qué no
decirlo, extra-corpóreas. Los asistentes no dejaban de manifestar sorpresa y
gozo al pronunciarse con frases como: “Ah, yo me acuerdo cuando jugaba con mis
primos”, “Ah, recuerdo cuando me caí por de ganar La Lata”, “Ah, yo agarraba ese
trompo en un solo dedo…”. Al parecer, la materialidad atrayente de estos juegos
tuvo fuertes resonancias en la creación de significados colectivos. Sentí
entonces el peso seco y algo incómodo de la intelectualidad, al pretender
hablar del mundo lúdico frente a un foro, cuando me exponía al desafío de hacer
conocer cada uno de sus posibles lenguajes. Entre curiosidad y necesidad
latente, descubrí que muchas de las sombras y de las luces humanas se
exteriorizan inevitablemente a la hora de jugar.
Decía Johan
Huizinga que el hombre “ juega como un niño, por gusto y recreo, por debajo
del nivel de la vida seria. Pero también puede jugar por encima de éste nivel:
juegos de belleza y juegos sacros”. A esos dos niveles nos
referiremos sin temor alguno de desviarnos de la pregunta que nos atañe sobre
la cohesión social, porque no es difícil reconocer a su vez las esferas
dimensionales en las que se mueve esta entidad tan abstracta a la que llamamos “sociedad”.
Y como bien lo señala Huizinga, el juego se manifiesta en todas ellas para
satisfacer, y aquí cito a mis queridos Les Luthiers, “desde los deseos más
bajos hasta los más sublimes”, llegando a recrear el mundo sacro, es decir,
aquella realidad que no debe ser tocada por los humanos, pero que paradójicamente
se fecunda con la imaginación de un jugador… y sí, que es humano.
Veamos algunos ejemplos extraídos
de nuestra propia memoria infantil: ¿Qué tiene de placentero repetir
incontables veces la misma frase mientras que, con el mismo ‘sin-sentido’
dábamos vueltas o palmoteábamos constantemente? ¿En dónde está el meollo de
correr tras alguien sintiendo una euforia que, sabemos, no es debido a ningún
peligro evidente? Preguntas como estas sólo pueden encontrar respuestas donde
menos solemos buscarlas y es en mundo de las sensaciones, de lo instintivo, de
aquella irracionalidad tantas veces condenada por el supuesto avance de la
civilización. Pero es esta parte irracional y espontánea la que permite
conectarnos con otros semejantes casi de manera instantánea, a sentir empatía in so facto con el que tenemos al lado,
a socializar casi por ‘arte de magia’.
Asegura Huizinga que juego es más
viejo que la cultura, porque los animales juegan al igual que los humano.
Aseguran algunos que esto demostraría que los humanos no han añadido ninguna
característica esencial al concepto de juego. Yo no estoy tan segura de eso,
porque efectivamente compartimos con los animales las necesidades de supervivencia,
protección, aprendizaje y reconocimiento de papeles sociales dentro de un grupo
de individuos, con ejemplos de replicación de órdenes sociales que sólo
mantienen el equilibrio natural entre especies dícese inferiores a nosotros. Ejemplo
lamentable pero bien conocido: la imposición del Macho Alfa en una manada,
hecho extraspolado muchas veces a la especie humana. Valioso fue entonces el
aporte que brindó Mario García Hudson, filósofo de profesión y de vida, al
recordarnos en el foro aquellos juegos señalados “del barrio” donde los varones
realizan toda especie de proezas con tal de ganar la atención de la fémina más
deseada, algunos de ellos algo peligrosos para la integridad del jugador, lo
que le añade adrenalina a la acción, y por qué no decirlo, algo de morbo.
¿Y hasta qué punto de nuestra
existencia humana llegan estas necesidades psíquicas de las que muy poco se
habla? ¿Qué mundos invisibles de nuestra existencia son revelados cuando
reconocemos el placer más allá del placer de una serie de ritos inmemoriales
que se hacen eco en nuestros juegos? Vygotsky fue uno de los primeros en ayudarme
a reconocer el carácter mágico del lenguaje y consecuentemente del pensamiento mágico, sin ir más lejos, aquél
que crea entidades no presentes en la naturaleza. El juego y el lenguaje mágico
fue uno de los temas que más impactó la noche del Foro, quizás por sacudir
inevitablemente en nuestros espíritus esas figuras, recuerdos e ideas vivientes
en nuestra memoria ancestral, aquella que no se entiende, pero se siente.
La recreación de mundos lúdicos se
vuelve construcción de realidades tan verídicas para nosotros como la digestión
o la amenaza de muerte. Nosotros inventamos a un rito, que si responde a un eco
metafísico o no, eso no lo podemos probar, pero a ese eco le damos forma,
contenido y hasta razón. Convocamos a unos semejantes a darle vida a este Golem
y listo: la magia se ha hecho. De otro modo, es muy difícil justificar racionalmente que un grupo
considerable de personas, identificados muchas veces como ‘un país entero’
pueda seguir minuto a minuto los acontecimientos de un juego de fútbol o el
salto de un deportista, como si de ello dependiera el destino de una nación.
¿Tontería? Prefiero llamarlo magia, blanca, negra, amarilla, eso no viene al
caso. En todo caso, de ser lo primero sigue siendo ‘algo’, que no se genera de
la Nada.
El mundo esotérico de las distintas
tradiciones filosóficas y religiosas ha sido fuente inagotable de inspiración
de la cultura lúdica universal. El Foro reconoció fácilmente muchas de ellas en
los oráculos populares como La Ouija y nuestro vernacular Juanito, supuestos
métodos de comunicación entre nosotros y lo desconocido, y que evidentemente
queremos conocer. Más allá de su eficacia o de su censura, en el Foro se
resaltó nuestra conexión simbólica con estas figuras, de cómo mediante barajas,
frases formuladas o invocaciones somos partícipes de una transmisión,
consciente o no, de una serie de tradiciones que se remontan a la noche de los
tiempos y que muchas de ellas han quedado en el olvido de la literatura (muchas
de ellas quemadas por fuegos inquisidores) pero conservadas y llevadas de pueblo
en pueblo a través del juego. No solemos saltar un avioncito o Rayuela pensando
en su diseño original, el Sefiroth kabalístico, pasando de la Tierra al Cielo
en un conteo de diez, o que pensemos en la grandeza de los antiguos reinados
merovingios al jugar un simple juego de cartas. El juego se vuelve así
transmisor libre de aquello que no se dice, de lo oculto en palabra pero no en
acción, de todo secreto a voces de una comunidad.
El Foro culminó amenamente pese a
dejar, como debe ser, más interrogantes que respuestas al tema tratado. Como si
el sólo hecho de hablar del juego hubiese dejado abiertas las puertas de la
curiosidad que todos los presentes ansiaban encontrar. Agradezco infinitamente
al foro Los Amantes de Sofía por tan buena disposición amatoria hacia este tema
y ojalá no pase mucho tiempo para seguir con nuestra partida. Este juego no
termina hasta que encontremos todas las respuestas.
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