Sueño que mis sueños no acaban. Viene uno tras otro como una super tanda dominical. Sin millo, ni nachos ni bebida gaseosa. Esta tanda se baja sola.
Sueño con la alegría de amigos y familia. Con poderosas y francas sonrisas. Sueño que a todos les va bien, que se sienten bien, que viajan, que comen mucho, que conversan amenamente. Y yo entre ellos, sin creérmelo del todo. Me saludan, me abrazan y sin decírmelo todos me persuaden de prontas alegrías. Mi tío el doctor me abraza (¿Él?) como si quisiera decirme: "Ya pasó." Todos me quieren, se alegran de verme. Qué rara sensación.
Sueño con lo que menos me complazco: comida. Mucha comida. Platos preparados por amigos y desconocidos. Me presentan carnes muy bien cocidas en finos platos con hojas verdes. Me resisto a comer porque recuerdo que soy vegetariana. Al parecer esa no es excusa para negar la onírica invitación. Sale el plato principal y se me presenta un postre, lindo también. Algún dulce finamente preparado y dispuesto a hacerme feliz. Y lo soy hasta que recuerdo que no soy de creerse fácilmente las cosas y despierto. Qué pena. Se ven tan lindos...
Sueño con mensajes electrónicos no muy claros pero al parecer muy esperados en mi mente. Apenas recuerdo quién me los manda. El tema es confuso. Sólo recuerdo el sentimiento de ser apelada, que se me desea decir algo. ¿O ya se me habrá dicho y no lo quiero recordar?
Sueño con unas manos que toman las mías. La dulzura de los dedos alivian mi corazón. Una puerta entreabierta y halito luminoso aparecen frente a mí. Una luz con voz propia que se une a la armonía de mi pecho y me pide creer en lo vivido. Todo es indescriptiblemente hermoso. No hay duda, no hay pena, no hay dolor. Sólo cariño, silencio y mucha luz.
Pero despierto. Algo cansada... bien cansada. Algo confundida del lugar donde estoy: si allá o acá. "Vuelvo a la realidad" Es la frase que sentencia mi retorno cada mañana.
Pero están allí: las imágenes, las sensaciones, los símbolos. Tanto que no dejan cerrarme en eso de que "los sueños sueños son." Tanto que les gusta filtrarse incesantemente en la vigilia y decirme: "Aquí estamos, somos parte de ti." ¿Por qué me cuesta aceptar la posibilidad de que así sea? El miedo a la decepción, al vacío, a la muda soledad, seguramente.
Pobre de mí que no le da más confianza a lo que me aferra a despertar cada día: el mundo de los sueños, ese lado metafísico de mi voz que ojalá algún día alguien quiera escuchar.
1 comentario:
Qué bien se adaptan tus sueños a lo que tu entiendes por felicidad. Yo te los escucharía hasta que las velas no ardieran más en una noche eterna.
Cómo estás, Kafda?
SL
Publicar un comentario