En ésta mi casa se cumple un ritual desde el inicio de mi voz. Un sacrificio casi sistémico pero fuera de automatismos. Suele suceder cada vez que emprendo vuelo hacia otras tierras. Un ave, generalmente la más amiga, pasa al plano de la muerte en circunstancias sinceramente extrañas. Los primeros casos se daban con gallinas negras (qué coincidencia, dirán muchos) o con mis pollitos mascota. Luego siguieron los patos, a los que he aprendido a respetar por sus muestras impresionantes de conciencia primigenia y receptividad.
Por lo general estas aves amanecen sin vida, heladas como la indiferencia del mundo a su muerte, tiesas, duras, casi como piedra, sin muestras de picadura o mordedura mortal. Tampoco mueren a escondidas. Siempre yacen donde se les pueda ver temprano en la mañana, como el saludo de la muerte que no llegó a casa.
También he tenido las protagonistas de un accidente, inesperado hasta para la mente más volátil. Un coco que les cae encima, o quizás una rama, justamente la más fuerte del árbol o arbusto en cuestión, o un mango bien calibrado a la perfección para el golpe, aniquilan la existencia del ave escogida para lo que en mi casa se ha conocido por generaciones como "El Sacrificio."
Nunca me ha gustado la idea de matar un animal para un beneficio humano que no considero necesario. Apenas pude me hice vegetariana y rechazaba sin discusión toda práctica religiosa donde se sacrificara un animal. Hay sin embargo un principio de sabiduría en estas prácticas antiguas que debo reconocer y que luego el tiempo me ha aleccionado: el sacrificio existe, en la naturaleza y en la cultura. Tiene un sentido que sólo la alquimia me ha ayudado a encontrarle sentido. Humano o animal, sacrificio es sacrificio.
La ley de correspondencia se aplica sin chistear al perder una de mis queridas criaturas con cada vuelo que emprendo. La lógica popular de mis abuelas sentencia que el animal sacrificado ha dado su vida para que el humano sobreviva ante un peligro. Es evidente que montarse en un avión siempre implica algún riesgo. Pero de tener razón mis ancestras... ¿Será que suelo estar al borde de la muerte? Pero eso no era lo que más me perturbaba. Crecí con la tristeza de pensar que un inocente animal tuviera que atrapar "la cosa mala" a la que estaba destinada.
Hoy esa tristeza se ha disipado, y ha sido gracias a un 'momento privilegiado', de esos que se tiene a veces, para llegar a ser uno con los principios básicos de la vida. Mis aves y sus extrañas muertes me han enseñado que el rito del sacrificio sólo tiene valor cuando es voluntario, cuando Algo te muestra que el hecho no fue en vano, cuando el animal busca inexplicablemente su propia muerte o extraña desaparición. Cierto o no, de lo que sí estoy convencida es que al igual que en el amor las energías no pueden ser tomadas sino dadas, pensando que el bien que se canjea es superior en todas las estructuras del ser. Los animales quizás no lo puedan pensar, pero seguramente lo pueden sentir. La vida en pro de la vida. No le encuentro otra explicación.
Hoy algo de mi tristeza ha volado. Una codorniz se ha escapado de su jaula, una hembrita muy bella, volando como nunca antes lo había mostrado, y ha desaparecido entre la madreselva que esconde la casa de la bruja de mi vecina. No la estoy ofendiendo, es bruja de verdad. Si no me creen vengan y comprúébenlo si así lo desean.
Al tiempo que esto pasaba en la soledad del patio de mi casa, una persona muy querida por esta voz se preparaba para tomar un avión y charlar hombro a hombro con las nubes por primera vez en su vida. ¿Coincidencia? Quizá nunca lo sepa. Sólo sé que las aves perciben mucho más que comida y calor, y que su sacrificio, también digo 'quizás' sea tan amoroso que no les importa que estas maravillas ocurran a diario y que no nos demos cuenta.
Por lo general estas aves amanecen sin vida, heladas como la indiferencia del mundo a su muerte, tiesas, duras, casi como piedra, sin muestras de picadura o mordedura mortal. Tampoco mueren a escondidas. Siempre yacen donde se les pueda ver temprano en la mañana, como el saludo de la muerte que no llegó a casa.
También he tenido las protagonistas de un accidente, inesperado hasta para la mente más volátil. Un coco que les cae encima, o quizás una rama, justamente la más fuerte del árbol o arbusto en cuestión, o un mango bien calibrado a la perfección para el golpe, aniquilan la existencia del ave escogida para lo que en mi casa se ha conocido por generaciones como "El Sacrificio."
Nunca me ha gustado la idea de matar un animal para un beneficio humano que no considero necesario. Apenas pude me hice vegetariana y rechazaba sin discusión toda práctica religiosa donde se sacrificara un animal. Hay sin embargo un principio de sabiduría en estas prácticas antiguas que debo reconocer y que luego el tiempo me ha aleccionado: el sacrificio existe, en la naturaleza y en la cultura. Tiene un sentido que sólo la alquimia me ha ayudado a encontrarle sentido. Humano o animal, sacrificio es sacrificio.
La ley de correspondencia se aplica sin chistear al perder una de mis queridas criaturas con cada vuelo que emprendo. La lógica popular de mis abuelas sentencia que el animal sacrificado ha dado su vida para que el humano sobreviva ante un peligro. Es evidente que montarse en un avión siempre implica algún riesgo. Pero de tener razón mis ancestras... ¿Será que suelo estar al borde de la muerte? Pero eso no era lo que más me perturbaba. Crecí con la tristeza de pensar que un inocente animal tuviera que atrapar "la cosa mala" a la que estaba destinada.
Hoy esa tristeza se ha disipado, y ha sido gracias a un 'momento privilegiado', de esos que se tiene a veces, para llegar a ser uno con los principios básicos de la vida. Mis aves y sus extrañas muertes me han enseñado que el rito del sacrificio sólo tiene valor cuando es voluntario, cuando Algo te muestra que el hecho no fue en vano, cuando el animal busca inexplicablemente su propia muerte o extraña desaparición. Cierto o no, de lo que sí estoy convencida es que al igual que en el amor las energías no pueden ser tomadas sino dadas, pensando que el bien que se canjea es superior en todas las estructuras del ser. Los animales quizás no lo puedan pensar, pero seguramente lo pueden sentir. La vida en pro de la vida. No le encuentro otra explicación.
Hoy algo de mi tristeza ha volado. Una codorniz se ha escapado de su jaula, una hembrita muy bella, volando como nunca antes lo había mostrado, y ha desaparecido entre la madreselva que esconde la casa de la bruja de mi vecina. No la estoy ofendiendo, es bruja de verdad. Si no me creen vengan y comprúébenlo si así lo desean.
Al tiempo que esto pasaba en la soledad del patio de mi casa, una persona muy querida por esta voz se preparaba para tomar un avión y charlar hombro a hombro con las nubes por primera vez en su vida. ¿Coincidencia? Quizá nunca lo sepa. Sólo sé que las aves perciben mucho más que comida y calor, y que su sacrificio, también digo 'quizás' sea tan amoroso que no les importa que estas maravillas ocurran a diario y que no nos demos cuenta.
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