Habiendo impartido clases desde primaria, secundaria y universidad, creo que tengo un olfato muy fino para reconocer maestro(a)s borregos. ¿Borregos en cuál sentido? ¿En el de lindos e inocentes? ¿O en el de muy torpes?
Cuando cursaba el sexto grado de primaria, estaba yo en una de las etapas de mayo absorción del aprendizaje. Todo lo preguntaba, todo lo quería saber, todo lo quería descubrir. Mi maestro, un tipo macho, gigantesco, muscular y amedrentador, no le gustaban mucho mis preguntas. A veces, se le acababan las respuestas, y de vuelta a casa, le preguntaba a mi padre, agrónomo profesor de secundaria, y también me quedé algunas pocas veces sin respuestas.
Entonces descubrí que en los libros hallaba más respuestas que con mis maestros y profesores. Descubierto ese hecho tan trascendental en mi joven vida de ese entonces, supe que debería aprender más por mi propia cuenta que en las aulas.
Una mañana de lunes muy bonita, Beni, una niña blanquita de quinto grado me regaló galletas y me dijo que se quería casar conmigo cuando estuviéramos grandes. No entendía qué era eso, pero supuse que era mudarme con ella cuando grande a manejar tractores y ordeñar vacas diario con el papá de ella, y me agradó la idea. Más tarde, en el salón de clases, no me sentí conforme con la clase, y empecé a acosar con mis preguntas al maestro. Por alguna extraña razón, el maestro no estaba de humos para preguntas mías. Todos mis compañeros estaban en silencio, pero yo sólo quería respuestas.
Los días se me hacían negros cuando no habían respuestas, y salía en bicicleta a preguntar a todos los viejos.
El maestro le dió un puñete al escritorio, un niño se orinó. El maestro tomó un machete Collins, golpeó el escritorio otra vez, y se dirigió a mi. Me levanté del puesto, y me dijo "siéntate". Se acercó rápido y salté del puesto, un machetazo cayó en la banca escolar en la que me sentaba. Otro niño se orinó. Salí del salón, y por la ventana de bloques ornamentales, lo miraba respirar como un búfalo. Nadie lloró ni gritó. Luego le pregunté desde fuera del salón, "maestro, ¿qué le pasa?.
Claro, eso fue otra pregunta más, y casi se guillotina.
Mis padres estaban alarmados, aterrados, pero les expliqué que esos comportamientos suceden cuando alguien tiene muchas presiones, y simplemente un día explota.
Tal vez, eso sea un maestro borrego. Y desde entonces, no he vuelto a ver otra vez a Beni, pero recuerdo sus galletas.
2 comentarios:
Se pueden esperar justamente los índices de ignorancia de los alumnos. Si es sólo fijarse en los títulos que les dan para leer a los chicos...
Abrazos, Kafda.
¡Huy! Pero qué duro.
Habiendo impartido clases desde primaria, secundaria y universidad, creo que tengo un olfato muy fino para reconocer maestro(a)s borregos. ¿Borregos en cuál sentido? ¿En el de lindos e inocentes? ¿O en el de muy torpes?
Cuando cursaba el sexto grado de primaria, estaba yo en una de las etapas de mayo absorción del aprendizaje. Todo lo preguntaba, todo lo quería saber, todo lo quería descubrir. Mi maestro, un tipo macho, gigantesco, muscular y amedrentador, no le gustaban mucho mis preguntas. A veces, se le acababan las respuestas, y de vuelta a casa, le preguntaba a mi padre, agrónomo profesor de secundaria, y también me quedé algunas pocas veces sin respuestas.
Entonces descubrí que en los libros hallaba más respuestas que con mis maestros y profesores. Descubierto ese hecho tan trascendental en mi joven vida de ese entonces, supe que debería aprender más por mi propia cuenta que en las aulas.
Una mañana de lunes muy bonita, Beni, una niña blanquita de quinto grado me regaló galletas y me dijo que se quería casar conmigo cuando estuviéramos grandes. No entendía qué era eso, pero supuse que era mudarme con ella cuando grande a manejar tractores y ordeñar vacas diario con el papá de ella, y me agradó la idea. Más tarde, en el salón de clases, no me sentí conforme con la clase, y empecé a acosar con mis preguntas al maestro. Por alguna extraña razón, el maestro no estaba de humos para preguntas mías. Todos mis compañeros estaban en silencio, pero yo sólo quería respuestas.
Los días se me hacían negros cuando no habían respuestas, y salía en bicicleta a preguntar a todos los viejos.
El maestro le dió un puñete al escritorio, un niño se orinó. El maestro tomó un machete Collins, golpeó el escritorio otra vez, y se dirigió a mi. Me levanté del puesto, y me dijo "siéntate". Se acercó rápido y salté del puesto, un machetazo cayó en la banca escolar en la que me sentaba. Otro niño se orinó. Salí del salón, y por la ventana de bloques ornamentales, lo miraba respirar como un búfalo. Nadie lloró ni gritó. Luego le pregunté desde fuera del salón, "maestro, ¿qué le pasa?.
Claro, eso fue otra pregunta más, y casi se guillotina.
Mis padres estaban alarmados, aterrados, pero les expliqué que esos comportamientos suceden cuando alguien tiene muchas presiones, y simplemente un día explota.
Tal vez, eso sea un maestro borrego. Y desde entonces, no he vuelto a ver otra vez a Beni, pero recuerdo sus galletas.
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