jueves, 19 de marzo de 2009

Carne en el verbo

¿Quiere lucir un cuerpo espléndido?

Me pregunta al choque de ojos un anuncio con modelo rubia que disfruta falsamente de una tarde de verano.

No, no quiero lucir un cuerpo espléndido. Quiero TENER un cuerpo espléndido para hacer realidad roces de pétalos, mariposas y agua fresca; memorias táctiles de la suprema intimidad de los sueños.

Quiero tener un cuerpo para amar, no para lucir.

Será por eso que no me gustan los malls.

jueves, 12 de marzo de 2009

Conteo regresivo de una paradójica despedida

Diez marzo del año nueve, Anel Omar se empeñaba en despedir, sin apuros, a unos actores cubanos que habían colaborado con la puesta en escena de Babilonia Way of Life. Hasta casi las ocho a.m. de esa mañana, este pintor había sido un muy querido director del Instituto Nacional de Cultura, admirado y respetado por su dedicación al trabajo en una de las entidades menos tomadas en serio de este país Pro Mundi Beneficio. (Cuando alguien encuentre a Mundi, que me avise)

Lo que Anel nunca sospechó es que a eso de las siete y media, de ese día diez, quien diría adiós sería él. Estacionó su auto al frente del edificio de la Lotería y allí encontró su suerte. Murió abaleado al salir de su vehículo, en medio de un asalto al camión blindado que recogía en dólares los sueños esfumados de muchos jugadores. La fatalidad le llegó también a uno de los custodios de estas arcas móviles. Típico de estos guiones amargos. La fatalidad no suele andar sola.
La Prensa cuenta hoy que entre seis y diez actores escribieron esta macabra obra, entre autores materiales e intelectuales, y no faltó personaje que uniera el nombre de Anel Omar Rodriguez a sinonimias tan contradictorias a su trayectoria de vida como mano dura, inseguridad, maleantes, negligencia, robo, asesinato, corrupción, politiquería y hasta narcotráfico, cuando su trabajo apelaba a nombres como cultura, arte, teatro, danza, música, flores, poesía.
Es más, hasta hubo gente que recordó que el Instituto Nacional de Cultura existe. Valla milagro.
Lo único cierto de todo esto es que los cinco sentidos de Omar se apagaron en la dureza del pavimento, y con ellos, la esperanza de no menos de cuatro gatos por lograr pequeñas grandes cosas en la política cultural, por lo menos hasta las próximas elecciones.
Funcionario, artista y amigo: tres papeles que no se suelen interpretar a la vez. Pero Anel lo logró porque disfrutaba y vivía su cargo. Si cada servidor público se entregara al menos a estas dos acciones, otra canción cantaríamos, aquí y en todos lados; otra sería la obra, y otros los actores. Con su inesperada muerte, Anel Omar Rogriquez le regaló a la nación uno de esos increibles momentos en que la masa lamenta sinceramente, adversarios políticos incluidos, la desaparición física de un funcionario público.
Dentro de un par de horas enterraremos su cuerpo, y la prensa y la tele cubrirán este evento como una cuenta regresiva más. No importa, el arte no es mediático, el arte es otra cosa y Anel era un artista. El retorno a la tierra que nos da de comer es ritual necesario para trascender a ese día cero que todos soñamos, "y mañana es su continuidad" canta La Ley. Pero sólo un artista entiende de esto. Por eso se hace inmortal.
No descanses en paz, Anel. Inquieta nuestros sueños donde quiera que estés. Hálanos, patéanos, muérdenos y si te es posible despiértanos. Todos somos uno en el arte.
A tu salud.

martes, 10 de marzo de 2009

¿Mal chiste?

Con intención y alevosía traté de contarle a mi madre un chiste "brujón" que escuché no recuerdo dónde. Y empecé así:

- Había una vez un niño que se llamaba Tarea... -

- Y se hizo a sí mismo - Me respondió al toque.

... ... ...
No pude relajear más.

Y desde entonces no se me quitan las ganas de tener un hijo, tan sólo para llamarlo Tarea.