sábado, 23 de febrero de 2008

Una lección de respeto

Fue por allá por la década del ochenta, cuando mi mente se debatía entre los extraterrestres de Máximo Camargo, el misterio de las vacas deslenguadas de Chame, el paradero de la cabeza de Hugo Spadafora y mi romántica decisión de estudiar periodismo, a ver si así, siempre fuera de casa, dedicaba mi vida a la resolución de estos grandes enigmas. Pero uno más concreto, duro y real, se me develó una mañana de aquellos años de 'cartucho' chileno, por boca del siempre querido Rómulo Emiliani, sacerdote que para ese tiempo promulgaba su doctrina en masivas conferencias y en su programa de televisión "Un mensaje al corazón". Lo que me enseñó esa vez no lo olvidaré ni con heroína.

No recuerdo bien si fue doblando ropa o simplemente pasando frente al televisor, que mi mente prestó atención a las apasionadas palabras del sacerdote. Después de un rato no me extrañó su fulgor: hablaba de sexo frente a un centenar de jóvenes reunidos en un gimnasio. Orgiástico, ¿no?

- Y tú, muchacha, cuando te pida eso, ¿que le dicen cómo? ¿"la prueba de amor"? ¡NO!
La ovación que produjo esas palabras no tenía nada que pedirle a un concierto del Barón Rojo.

- "Tú me respETAS, hasta que lleguemos al matriMONIO! -
- ARRRRRGGGGRR AHHHH UUUUUUUU EEEEE!- gritaban los extasiados jóvenes.

Es todo lo que recuerdo. Me desplacé a otro lugar y mis recuerdos de aquel día llegaron a su punto final. La catarses fue grande, créanme.

Y se ve que el impacto de aquel discurso me ha calado profundamente hasta hoy. Ni loca me atrevo a imaginar el día de mi boda de sólo pensar en la reventada puñetera que me va a dar la bestia de mi marido.

Déjenme así mejor, buscando al chupacabras.