domingo, 3 de noviembre de 2013

Carta Abierta a Horacio González


Señor González:

Luego de leer su nota Santo Tomás: teoría del hospital, me pareció pertinente escribirle y manifestar mi reacción en calidad de panameña, nacida en el hospital que lo acogió, y residente en su hermoso país durante tres años de mi vida. Lo primero que anoto es la extraña impresión que sus palabras dejaron en mi conciencia, pues no se llega a comprender inmediatamente la intencionalidad del escritor. Algo de su léxico pudo ser encontrado en el diccionario de la RAE, otro tanto, no.

Pero más allá de este hecho, lo que sí denota du léxico desde un principio es esa falta de sincronicidad existente entre su construcción de la realidad y la mía. Es normal, dirán muchos, por la diferencia geográfica entre los interlocutores, pero ni siquiera mi experiencia argentina me valió para aterrizar en los puntos motivacionales de su escrito. A falta de esta empatía conceptual decidí entonces enfriar un poco mi lectura y tomar las figuras que usted describe de la manera más desapasionada posible.

 Lo que sí saltó a mi espíritu, y que hasta ahora me resulta impactante, es su manifiesta extrañeza y tratamiento antropológico de principios de siglo (que no llega ni al plano etnológico) de nuestras características fenotípicas, o para ser más específicos, de los panameños “hijos de la negritud” con los que usted se topó en el hospital Santo Tomás. Y más sacudida quedé cuando de alguna manera usted intenta establecer lazos, no comunes para usted, entre los orígenes étnicos de quienes lo atendieron y su estatus de profesionales de la salud. Para ser directa y no caer otra vez en la página de la RAE: Hay que explicarle a los argentinos que lo leen en Página 12 que un negro puede ser médico o enfermero y aun así salir vivo de una crisis de ACV. Puedo equivocarme al interpretarlo y quisiera que así fuera, pero permítame decirle que a eso retumban sus palabras en la conciencia de una panameña que, adivine, es mestiza-negra-mulata, así como las que vio en el Hospital Santo Tomás gimiendo y retorciéndose de dolor casi en metáfora animalesca (No sé en qué sala de hospital de qué extraño país esperaba una fiesta) y sí, tengo la capacidad de leer Página 12 y hasta de escribir una carta abierta. Pero antes de cualquiera indignación, una pregunta saltó inmediatamente a mi espíritu: “Y entonces, los panameños que conoció durante el Congreso de la Lengua… ¿Qué aspecto tenían que tanto se sorprendió de los ‘especímenes’ del Santo Tomás?”

Eso me hizo reflexionar sobre muchos de los aspectos que me hicieron rechazar desde un principio mi participación a dicho congreso, pese que en él había ponencias dignas de ser escuchadas, tanto de extranjeros como de nacionales serios y comprometidos con el enriquecimiento de esta lengua que nos une. La pura y dura razón no tenía nada que ver con usted (hasta hoy) y es mi abierto rechazo hacia todo lo que tenga que ver con el homenaje de Estado que el Gobierno de Panamá hace a un delincuente español al que se le atribuyó el ‘descubrimiento’ del Mar del Sur. Ese tema es extenso y no me fijaré en él en esta carta, pero sí lo traigo a colación porque su actitud segregacionista y clasista frente a un país que demuestra no conocer para nada me dice, con creces, que lo que se discutió y lo que se compartió en tan sonado encuentro no tuvo resonancia con la realidad diglósica y pluralista de mi país, logrando que, como suele pasar, sólo se recreen mundos culturales que sólo habitan en la mente de una élite dícese ‘blanca’ que nunca ha congeniado con los hablantes de esta lengua que tanto nos une y nos separa a la vez.

Es una auténtica pena que su estadía en Panamá, y la oportunidad de haber sido atendido en nuestro glorioso Hospital Santo Tomás, no le haya sido suficiente para reconocer en el panameño que sufre a un hermano más de nuestros pueblos y no a un ejemplar típico de una portada de la National Geographic. Me da pena (por usted, no por mis amigas y amigos argentinos que son  muchos) que el espíritu de un Director de la Biblioteca Nacional de la República Argentina no haya desarrollado otros matices de su cristalino mental para preguntarse por otras curiosidades a raíz de su paso por el Santo Tomás. Más allá de lo folklórico que pueda sonar nuestro hablar o actitud ante sus limitados oídos, preguntarse por los orígenes de esas balas sobre los cuerpos de esos ‘negritos’, dónde viven, cómo viven, qué comen, qué leen (sí, los negros, mestizos e indios también leemos) y qué sienten ante la mirada del otro. Es una verdadera pena que se haya quedado con una gran falacia que usted se atreve no sólo a afirmar sino también a generalizar:

“Los panameños dicen reiteradamente dos cosas; que en nuestro continente son el segundo país en “desarrollo humano” luego de Chile, y que son un “crisol de razas”. Entre nosotros esta expresión ha sido abandonada por no poder ocultar su aspecto de unidad compulsiva o forzada de las vetas culturales heterogéneas. Y hasta lo que escucho, los tecnólogos sociales no han impuesto demasiado en nosotros esa complaciente y oficinesca categoría de desarrollo humano.

Yo le pregunto: ¿En qué indicador de los Censos Nacionales usted leyó estadísticamente semejante aseveración? ¿A quién consultó para asegurar lo que escribe con tal carácter universal? ¿Qué genio del Congreso le convenció de esta estupidez masiva de los panameños? ¿Tuvo usted oportunidad siquiera de recorrer nuestras calles, hablar con algún sector disidente de la actual administración, con algún campesino, obrero, dirigente indígena, activista estudiantil?

Y lo que para mí sería todavía más obvio: ¿Logró conocer a alguno de nuestros más caros autores? ¿A los poetas contemporáneos, cuentistas, novelistas y pensadores?¿Pudo tomarse un café con Héctor Collado, Salvador Medina o su sobrino Javier, a Consuelo Tomas, a Pedro Rivera, Marcos Gandásegui, a nuestro teórico-poeta de la etnia guna (kuna) Aristeides Turpana, a Javier Romero, a Lucy Cristina Chau o a Javier Alvarado que alzan nuestras voces en los principales festivales de poesía del continente y de Europa? ¿Pudo compartir, como lo han hecho varios de mis amigos argentinos, las ideas de Ricaurte Soler en su libro El Positivismo Argentino? ¿Pudo deleitarse con los versos de Carlos Francisco Changmarín o de Diana Morán? Por lo segregado de su visión hacia nosotros me temo que no.

Quiero transmitir, a través de esta Carta Abierta, hacia usted y sus lectores en Página 12, que los panameños, al igual que cualquier nación que se considere digna, somos un colectivo de ciudadanos que estamos más allá de las definiciones mercantilistas y elitistas de cualquier sistema que dice representarnos. Quedarse con las versiones de los que ostentan el poder es muy acomodaticio y propio de una mentalidad limitada en información y en consciencia. Eso puede suceder, pero que lo manifieste el director de la Biblioteca Nacional de la República Argentina, un pueblo glorioso que nos ha aportado valiosísimas lecciones de lucha e integridad popular, es francamente lamentable.

Yo le extiendo una invitación, señor González, a que en una ocasión menos glamorosa y propagandística visite Panamá, pero no para codearse con los de los cocteles y los embajadores. Venga y conózcanos de adentro, a los que damos todos los días parte de nuestras vidas por un país más justo y culto, ese país que no sale en las páginas económicas ni en los informes de mega proyectos. Hágalo, y no por mí ni por las personas aquí mencionadas, sino por la grandeza del pueblo que usted representa y que merece, al igual que nosotros, mejores días, los que no serán posibles hasta que nos veamos, los pueblos latinoamericanos, como semejantes, solidarios los unos con los otros y unidos contra la ignorancia y la injusticia que gobiernan nuestros pueblos.

Desde La Chorrera, República de Panamá
Kafda Itcora Vergara Esturaín
Profesora de lenguas y de Ciencias del Lenguaje
Universidad de Panamá



1 comentario:

Alberto Barrow dijo...

Excelente y puntual respuesta a un "relato" en el cual el racismo es, infortunadamente, una pieza central.